ocho de nueve

que jura amor eterno, aunque sea solo este año nomás. Está el beso de ojos abiertos, curioso, analítico y egoísta; el de ojos acerrojados, franco, dulcemente desprendido, amarihuanado hasta el tuétano. Besos de bocas que se estorban y besos volados de los que uno se arrepiente, aunque algunas veces rectificas y corres a dejarlos a destino, justo cuando ya cerrabas la puerta. Los besos en la boca, en la mejilla, en la frente, en el cuello y en el hombro, todos con el mismo amor de hombre; los que te di en la espalda, esos no son de hombre, ni siquiera humanos. El beso que se respira, el que se roza, el que se toca, el que se siente y el que confunde los labios con marshmallows. El beso que se da en la calle, en tu casa o en la mía, el que te di delante de todos y el que me diste a espaldas de tu madre, o mejor aún, los que nos dimos, en la playa más desolada o entre rejas infranqueables. El beso de debajo de las sábanas en la noche y en la madrugada. El beso a la boca perfectamente cincelada para la tuya, el que das a bocas equivocadas, los besos a la mejor mujer de tu vida y los que son para la mujer de tu vida, tan parecidos como un hipopótamo y una mariposa. ¿Y el beso sin nombre preguntarás? Menos alcohol y quiérete más te respondo. Te hablo en cambio del beso con tres nombres y dos apellidos, del beso en el pie y en la mano, del beso de esposo a la mujer que nunca viste, en fin. ¿Y cual es el mejor de los besos a tu modo de ver alucinado dueño de la verdad? - me preguntaras mientras bostezas. Pues nunca una pregunta más fácil de responder. Sólo hay un tipo de beso que no sucumbe anquilosado ante tus ojos, solo uno que no muta en recuerdo en tu memoria y se revela como fotografía sepia. El mejor de los besos, cuando se sabe comer a besos, es aquel que aún no has dado.
ron al terminar la segunda semana; no había gente, ni animales ni vegetación; solo arena, cielo y una línea blanca de la cual ya nunca me caería. Tuve sed y hambre, el cansancio me doblegó más de una vez, la soledad y el nudo en la garganta se sentían a cada paso y me rompían el alma a sablazos. Pero todo fue solo al principio, cuando aún podía dar media vuelta y regresar corriendo sin asumir fracasos. Luego, pronto, fui conciente que no había vuelta atrás, que no existía nadie más que yo en este mundo, que no iba a encontrar nunca gente, ni animales ni vegetación, que no había pintor de brocha gorda a quién abrazar, ni mujer a quién escribirle dos párrafos de amor, y fue entonces que me perdí.