La Línea
Me sentaba, en aquellas noches de aquel año, frente a la maquina tratando de escribir, o de escribirle, y siempre el martirio acababa en dos párrafos que ni yo mismo entendía y que eliminaba sin culpa alguna. Entonces, cuando me hice hombre, tomé mi historia, me la eché al bolsillo y me largué de ahí.
Ahora, seis años después, con mi nueva vida que se parece tanto a la que me llevé, regreso hasta aquí para las cuentas pendientes, porque si una historia no cambia, menos mi musa, que aún sonríe, que aún respira por ahí tan ajena a mí, sin tan siquiera saber que quise escribirle y que huí en busca de dos párrafos que no fueran tan vulnerables.
Tomé en aquellos años el camino rumbo a “donde sea”, y empecé a caminar por el margen derecho, teniendo como guía la infinita línea blanca que tantas veces me pregunté quién había pintado. Si lo tuviera en frente, me decía, lo abrazaría y le daría mil gracias por la inmensa contribución a mis dos párrafos. Mis pasos fueron torpes al principio, me tambaleaba de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, pero no pasó mucho tiempo hasta que pude mantenerme justo sobre ella para siempre. Las arenas interminables del paisaje me devoraron al terminar la segunda semana; no había gente, ni animales ni vegetación; solo arena, cielo y una línea blanca de la cual ya nunca me caería. Tuve sed y hambre, el cansancio me doblegó más de una vez, la soledad y el nudo en la garganta se sentían a cada paso y me rompían el alma a sablazos. Pero todo fue solo al principio, cuando aún podía dar media vuelta y regresar corriendo sin asumir fracasos. Luego, pronto, fui conciente que no había vuelta atrás, que no existía nadie más que yo en este mundo, que no iba a encontrar nunca gente, ni animales ni vegetación, que no había pintor de brocha gorda a quién abrazar, ni mujer a quién escribirle dos párrafos de amor, y fue entonces que me perdí.
Seis años para perderme y encontrarme, seis años en que no ví nada ni conocí a nadie, no bebí agua ni probé bocado, solo caminé, me perdí y me encontré. ¿Qué más necesita un hombre? ¿Acaso hay algo más que ver aquí? ¿Necesito más tiempo en esta pocilga hecha mundo?, y entonces ¿Para que regreso al punto de partida? Esa pregunta si tiene respuesta, regreso para hacer lo que deje pendiente, y decirle que no necesito de dos párrafos para explicar lo que siento por ella, sino tan solo, una línea infinita que me pierda, me encuentre y me regrese hacia el punto de partida.
Me sentaba, en aquellas noches de aquel año, frente a la maquina tratando de escribir, o de escribirle, y siempre el martirio acababa en dos párrafos que ni yo mismo entendía y que eliminaba sin culpa alguna. Entonces, cuando me hice hombre, tomé mi historia, me la eché al bolsillo y me largué de ahí.
Ahora, seis años después, con mi nueva vida que se parece tanto a la que me llevé, regreso hasta aquí para las cuentas pendientes, porque si una historia no cambia, menos mi musa, que aún sonríe, que aún respira por ahí tan ajena a mí, sin tan siquiera saber que quise escribirle y que huí en busca de dos párrafos que no fueran tan vulnerables.
Tomé en aquellos años el camino rumbo a “donde sea”, y empecé a caminar por el margen derecho, teniendo como guía la infinita línea blanca que tantas veces me pregunté quién había pintado. Si lo tuviera en frente, me decía, lo abrazaría y le daría mil gracias por la inmensa contribución a mis dos párrafos. Mis pasos fueron torpes al principio, me tambaleaba de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, pero no pasó mucho tiempo hasta que pude mantenerme justo sobre ella para siempre. Las arenas interminables del paisaje me devoraron al terminar la segunda semana; no había gente, ni animales ni vegetación; solo arena, cielo y una línea blanca de la cual ya nunca me caería. Tuve sed y hambre, el cansancio me doblegó más de una vez, la soledad y el nudo en la garganta se sentían a cada paso y me rompían el alma a sablazos. Pero todo fue solo al principio, cuando aún podía dar media vuelta y regresar corriendo sin asumir fracasos. Luego, pronto, fui conciente que no había vuelta atrás, que no existía nadie más que yo en este mundo, que no iba a encontrar nunca gente, ni animales ni vegetación, que no había pintor de brocha gorda a quién abrazar, ni mujer a quién escribirle dos párrafos de amor, y fue entonces que me perdí.
Seis años para perderme y encontrarme, seis años en que no ví nada ni conocí a nadie, no bebí agua ni probé bocado, solo caminé, me perdí y me encontré. ¿Qué más necesita un hombre? ¿Acaso hay algo más que ver aquí? ¿Necesito más tiempo en esta pocilga hecha mundo?, y entonces ¿Para que regreso al punto de partida? Esa pregunta si tiene respuesta, regreso para hacer lo que deje pendiente, y decirle que no necesito de dos párrafos para explicar lo que siento por ella, sino tan solo, una línea infinita que me pierda, me encuentre y me regrese hacia el punto de partida.
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